Mi primer auto fue un Honda Civic del 91. Un maltrecho carro celeste que se vio forzado a lucir una imagen que no era la de él. Sin dignidad ni vergüenza se dejó transformar por el antiguo dueño, en una especie de clon mal hecho de un Subaru Impreza. Era mi primer auto, lo amé y me ilusioné como en una relación amorosa, aun sabiendo que podría terminar con el corazón roto en algún momento... Y así fue.
el medio para un fin

La ilusión duró poco, pues ese auto vivió más tiempo en el taller que en mi casa. Paraba más muerto que vivo y yo, más misio que antes. Luego, llegó el amor a mi vida otra vez. Debo aceptar que fue una relación secreta, de coqueteos asolapados y miradas cómplices. En algún momento llegaríamos a estar juntos... Y así fue.

Mi Honda Civic del 95, mi querido auto rojo, llegó luego de un periodo idílico tormentoso. Era el auto de mi primo que yo observaba celoso cada vez que partía a toda velocidad. Un día se apagó la chispa entre ellos y decidió vendérmelo a mí. Nació el amor y se convirtió en nuestro gran compañero de aventuras por más de 8 años. Vio crecer a Maria Fe y a nosotros como familia. Recibió todos los golpes que un guerrero puede soportar y siempre salió airoso. Sin embargo, como en todas las relaciones, cuando los intereses van cambiando y las prioridades son otras, los caminos se separan. Mariano había llegado y el tiempo ya había ido apagando la energía de mi querido McQueen (bautizado así por Mariano). Era momento de partir. Hoy, está en buenas manos, y sigue rugiendo con mesura, corriendo sin alocarse, pero respondiendo como el cumplidor rutero que es.

Las cosas fueron mejorando en casa y tocaba hacer un "upgrade". Probamos suerte dejando de lado la eficiencia japonesa por la rudeza alemana. Llegó nuestro Volskwagen Polo del 2005 y fue recibido con muchas expectativas, la valla era alta. No por ser 10 años más moderno podría faltarle el respeto a nuestro querido McQueen aunque, valgan verdades, nunca le llegó ni al tubo de escape. El romance fue muy corto y yo, arrepentido por tamaña infidelidad, regresé a tocarle la puerta a mi ofendida marca.

Desde hace 3 años, el primo hermano mayor del auto rojo, llegó a nuestras vidas para quedarse. Siempre demostrando por qué es el mayor y sin faltarle el respeto a nuestro recordado auto rojo, ha sabido ganarse el cariño de todos. Hoy es nuestro fiel compañero y testigo de las altas y bajas en nuestros días. Ha viajado con nosotros, ha compartido momentos inolvidables y nunca ha pensado, siquiera, en darnos algún dolor de cabeza. Sin embargo, hoy, las circunstancias de la vida no se pintan tan justas para él. Apelando a la idea de que todo es cíclico, lleno de altos y bajos, a este auto le está tocando vivir nuestro momento más oscuro. Esperemos que sea pasajero…

ocho

Salgo de casa con la promesa de retornar en un par de horas. Enciendo el auto y me quedo mirando nada, pensando nada. Luego de un suspiro empoderado, reacciono y pongo primera. El reloj del auto marca 1:03 am y yo, busco un playlist motivador. Veamos qué tal nos va con toda la discografía de GAIA. Suena "Párate" y ya empezamos con buen pie.

La noche es cálida y tranquila para ser sábado. Los postes de luz con sus faros naranja escoltan mi camino sin dirección. Barranco será, pensé. Llego a la Av. San Martín, y mi velocidad no es la misma de siempre porque me doy cuenta que para lo que busco, no sirve. Parejas y grupos de personas van pasando y yo no me atrevo a preguntar. Doblo en 28 de Julio esperando entrar a Grau, pero el tráfico es insufrible. Decido ir por Bolognesi, la fila de taxis a la derecha solo deja un carril para avanzar y yo, sigo sin atreverme a preguntar. Voy en dirección a Balta y unas cuadras antes de llegar, una pareja de jóvenes muy enamorados está en una esquina:

- ¿Taxi? - pregunto

- ¿Aquí a la esquina de Porta con Benavides?

Levanto la mirada muy seguro de la dirección que me indica, como si estuviera buscando en mi mente la forma más eficiente de llegar. No resultó

- ¿Cuánto pagas?

- ¿Ocho?

- Vamos

Ellos no lo saben, pero fueron mis primeros pasajeros y los primeros extraños que subían a mi Honda Accord.

La ruta era corta y, en el camino, me di cuenta que estábamos más cerca de lo que imaginé. Pero también me di cuenta de dos cosas: no había desactivado el seguro de niños de la puerta de Mariano y no sabía cómo pagarían. "Si no tienen sencillo, si no me alcanza para el vuelto". "Cómo bajan ahora! No les voy a pedir que bajen la luna para que abran por fuera. Maldición!".

Me tocó interrumpir sus muestras de afecto para hacerles la consulta. Felizmente tenían sencillo. Exactamente ocho soles, los mismos de la foto de arriba.

Luego de recibir esas monedas, no puedo explicar muy bien lo que sentí. Orgullo, pena, frustración, motivación... Solo pensé en mis hijos, guardé las monedas y continué.

oído a la música

Estoy en Benavides con Larco, pienso que ir por Shell y meterme a Berlín puede ser una buena idea. No lo fue. Solo sirvió para mostrarme una cara de esa Lima nocturna que me resulta ajena, que no me emociona. Decido ir a Lince.

Petit Thouars está hermosamente libre, decido meterle el pie al auto para sentir que estoy vivo. Cruzo Canevaro y una cuadras más adelante, algunas figuras coloridas y exageradamente curvas llaman mi atención. Demasiada redondez para ser verdad. Sonrisas coquetas y miradas complacientes solo causaron que me riera por dentro. Paso, bellas damas. No me gustan las sorpresas.

Regreso a la Arequipa en dirección a Risso. El escenario era el que esperaba. Gente borracha con el celular en la mano, mirando placas, mirando autos y mirando rostros. Demasiados taxis me dicen que estoy invadiendo, que no pertenezco; algunos choferes me miran confundidos; otros, me retan con la mirada a un juego del que no pienso formar parte. Voy por la izquierda, sin complicaciones. Ahora está sonando "Airthai". De pronto, una pareja está negociando con un taxista, me pongo detrás esperando ver qué pasa. La negociación no resulta y me toca a mí:

- Buenas, acá a la Plaza de la Bandera. Ida y vuelta. Es para dejar a la señora.

Maldición, cuánto se cobrará hasta allá, pensé.

- ¿Cuánto paga?

- Dieciséis, bien pagado

- Mmmm... Dieciocho puede ser.

- No... estamos cerca...

Es mejor que seguir dando vueltas, pensé. Me convertí por un momento en pasajero, y recordé lo que pensaba de los taxistas cuando no querían llevarme a pesar de considerar que lo que les quería pagar era lo justo.

- Vamos pues

Otra ruta que me pareció corta. Una conversación sosa entre ellos no invitaba a intervenir y yo quería seguir disfrutando de la música. Luego de dejar a la señora, y de regreso con el señor, él decide abrir la conversación:

- ¿Quiénes cantan?

- GAIA- respondo orgulloso

- ¿Son peruanos?

- Claro!!! Tienen tiempo tocando, solo que las radios no los difunden

- Bien grabadito está (sic). Suenan bien

Empezamos a hablar de rock, música, cultura, educación y política. Llegamos a su destino y eso fue todo.

el unforgiven

Van a ser las tres de la mañana y creo que ya fue suficiente como primera experiencia. Decido tomar Canevaro para irme por Canadá en dirección al sur y a mi casa. En la esquina de Canevaro con Paseo de la República, dos hombres y una mujer se encuentran en una tertulia muy seria:

-¿Taxi?

-Vamos acá al Puente Atocongo, por Metro

(Bien! Cerca a mi casa. Los dejo y me voy a dormir)

- ¿Cuánto pagas?

- Quince será

- Vamos

El ambiente empieza a cambiar y es invadido por olor a trago y cigarro. Cuánto lo siento, carrito. Conversan entre ellos sobre quién le pegó a quién y lo faltosos que son los chibolos con trago. Mientras más hablaban, más etílico se volvía el ambiente.

- ¿Eso es radio? - pregunta el más hablador

- Eh... bueno, no. Es mi música. ¿Quiere escuchar algo en particular?

- Claro...

(Putamadre, ahorita me pide algún perreo chacalonero o una salsa dura)

- ... tienes el Unforgiven?

- WHAT!!!, pensé. Pero por supuesto!!! Emocionado le pregunto si quiere escuchar la 1 o la 2. Su cara me hizo aterrizar. El tipo no tenía ni idea. Él solo quería el Unforgiven.

Unos cuantos toques a la pantalla del celular y ya estaba sonando The Unforgiven en plena Panamericana Sur.

- Súbele un poco pes...

Sonrío y obedezco feliz.

- Nada con Slash... todo el mundo le revienta cohetes a ese. Para mí, las mejores guitarras son las de Metallica (sic)

- Ok... (muérdete la lengua, Christian)

Llegamos al destino mientras ya sonaba "Sad But True", ya más bajito porque él solo quería EL Unforgiven.

masajes para dormir

Ya toca regresar a casa. Estoy cerca. Entro a Marsano y me pregunto: ¿y si voy al Óvalo Higuereta? ¿Habrá algo?

Estoy dando toda la vuelta a un óvalo sin vida y entro a Benavides en dirección a Miraflores. Vamos un poquito más allá, me motivo.

En una esquina con poca luz logro ver a una señora, preocupantemente sola. Mientras me voy acercando, su redondez ceñida de negro llama mi atención:

-¿Taxi? - pregunto

Me queda mirando, como dudando si debe preguntar o no. Luego sonríe con complicidad y me dice:

- ¿No quieres unos masajes?

Le sonrío agradecido, y me voy.

Un par de viajes más me llevaron cerca al Puente Alipio y a Chorrillos. Una noche que me mostró lo que muchos ignoramos, mientras tenemos la suerte de usar ese tiempo para dormir; una noche que me enseñó que no se puede hablar de empatía si no experimentamos situaciones que nos acercan más a las personas.

Llego a mi casa, son las 5:10 am. En la oscuridad de mi cuarto, mi esposa solo confirma si llegué bien y, a su lado, un intruso que estuvo reemplazándome durante mi ausencia. Mis ojos se acomodan en esa oscuridad y logro ver su rostro, pegado a la almohada, en un sueño que no quiero interrumpir. Trato de acomodarme sin apuros. Se sienta de pronto en la cama, descubre mi presencia:

- Papi, mañana jugamos Play, ya? - pregunta más dormido que despierto

- Sí campeón, mañana jugamos Play

Se vuelve a dormir. Le doy un beso en la frente y me acuesto a su lado deseando que algún día todo vuelva a ser como antes.