Mi primer intento de cuento cuando empecé la universidad hace 11 años. Hoy, esta historia me sigue pareciendo tan cercana como real
I

- Retírate de mi clase - grita él

- Pero... -

- No me interesa, retírate -

- Pero si... -

- ¡Que te largues! No quiero que sigas confundiendo a tus compañeros – cierra la discusión

Mauricio cierra los puños, presiona los dientes, siente que se está poniendo rojo, golpea suavemente la carpeta, se levanta y se va. “Viejo hijo de puta” – piensa -, “tú eres quien los está confundiendo con tus historias sin sentido”.

Sale del patio, la cancha de fulbito está mojada, estuvo lloviendo. Se sienta en una de las bancas. Empieza a recordar cómo llegó a ese colegio. “Ella tiene la culpa de que esté aquí; en el otro colegio estuve mejor, maldita situación económica, gracias a ti estoy en este colegio de mierda con estos serranos asquerosos y el imbécil del profesor de religión que con las justas habla bien el español. Allá era otra cosa, los profes se preocupaban por que entendiéramos; aquí, a veces ni vienen...”

De pronto, siente un golpe en el hombro que lo hace saltar. Era él, Peter Pichilingue, el cabecilla, el respetado por los pandilleros del cole. Se hizo de un nombre cuando en una bronca con un colegio de por ahí le metieron un “puntazo” cerca al corazón, y a los tres días regresó al cole como si nada hubiera pasado. Desde que vio a Mauricio el primer día de clases, sin motivo alguno, decidió hacerle la vida imposible. “Pituquito misio. Quieres hacerte el bacán acá, vamos a ver qué tan bacán eres”.

Mauricio era un muchacho como cualquiera, pero era diferente en ese ambiente, tal vez por su piel un poco más clara que la de los demás, pero nada fuera de lo común. Eso sí, tenía su pinta. Las chicas del cole morían por él. “Cholitas aguantadas”, pensaba.

El primer día de clases, allá por el ’91, Mauricio sintió las miradas de todos ese día. No entendía por qué, quizá era la mirada que ponía frente a todos: de desprecio, rabia, cólera, de sentirse más que ellos. Fue ahí donde cruzó miradas con Peter - eso puede explicar la bronca contra Mauricio, pues fue el único que no le bajó la mirada y lo miró como a todos -. “Serrano de mierda”.

- Así que te botaron - le dice Peter con sarcasmo.

Mauricio lo mira directamente a los ojos, se levanta y se dirige al baño sin contestarle.

- Oye huevón, te estoy hablando - insiste Peter.

- Primero lávate la boca antes de dirigirme la palabra - al fin contesta.

- ¿Sabes con quién estás hablando, huevonazo?

- Con un imbécil que al parecer también botaron - devuelve el sarcasmo. Se va.

II

Suena el timbre, llega el recreo, todos salen a jugar pelota. Mauricio nunca entendió cómo podían jugar tantos en aquel patio: jugaban como seis equipos al mismo tiempo, podía ver tres pelotas yendo de un lado a otro. Pobres arqueros – pensaba -, cómo saben cuántos goles les hacen, cómo hacían para poder tapar. Qué escasos estos serranos.

El recreo le sirve a Mauricio para seguir pensando en los motivos que lo hicieron llegar ahí, detestaba ese colegio. Sentado en la misma banca, mirando el piso, piensa.

Una bolsa de papitas sin marca frente a su rostro lo interrumpe.

- ¿Quieres? - pregunta una voz

- No gracias cholo - contesta levantando la mirada.

Era Richie Ray, su único amigo. Se conocieron un día camino al colegio. Vivían relativamente cerca. Mauricio se había mudado al barrio de él. Se hicieron muy buenos amigos, confidentes y cómplices. Richie Ray se había convertido en parte de la familia, eran como hermanos.

- ¿Qué pasa? - pregunta preocupado

- Me llega este colegio

- Ya te he dicho que tienes que acoplarte, no te queda otra

- No puedo, es como si todos estuvieran en mi contra

- Es que eres un gilazo, cómo se te ocurre contradecir al profe...

Mientras en una esquina, alguien los mira fijamente. “Pituquito misio, conmigo no te vas a hacer el bacán, en una te tengo que bajar. Mancha, quiero hacerle la cagada al Mauricio, al pituco misio, que le dicen”. Todos los perros de Peter - así los llamaba Mauricio - asintieron simultáneamente. Se acercaron, lo midieron como mide una bestia a su presa y...

Suena el timbre, fin del recreo. “Te salvaste pituquito, pero a la salida no te escapas”.

III

Dos horas más de clases, aburridas para variar. Mauricio no ve la hora para largarse de ese salón mugriento que apesta a axila. Ya está saboreando el almuerzo que su Mamama le prepara todos los días. “Pobrecito mi nieto, viene con hambre”, piensa la anciana mujer mientras le saca los nervios y el pellejo a la carne: “a mi Mauricio no le gustan”.

Último timbre. – “Por fin a mi casa” - piensa Mauricio -. “Vámonos Richie Ray, mi abuelita seguro ha hecho algo rico para comer”.

Mientras salía, todos lo miraban, pero no eran las miradas de siempre, él las sentía. “Qué pasa con estos serranos, parece que hubieran visto a un muerto”. Otros, mofándose, le daban un golpe en el hombro como alentándolo. “Suelta... serrano igualado”. En la puerta, casi todo el cole lo esperaba.

- Ahora pe’ hazte el bacán- lo reta Peter

Mauricio sigue caminando.

- Ah... no, ahora no me la haces- jalándole el brazo, lo detiene. Tienes miedo de mecharte conmigo.

- No tengo motivos para hacerlo - le contesta indiferente.

Una voz extemporánea interrumpe el diálogo: - “¿Qué pasa acá carajo?” - era el viejo hijo de puta del profesor de religión. “Si quieren pelearse vayan más allá, pero no frente al colegio, no malogren la imagen de su alma mater. Ah... y sáquense las insignias, no quiero enterarme después que vieron a alguno de ustedes matándose por ahí”. Los mira con asco, y se va.

- Bueno pituco cabro, arrugas - vuelve a retarlo

- No jodas

- Vámonos cuñao, este huevón te va a reventar- le aconseja Richie Ray

- Ese huevón a mí no me va a venir a dejar en ridículo frente a todos estos serranos - le responde molesto. No le gustó que su amigo pensara que podía tenerle miedo, mucho menos que pensara que ese serrano pudiera pegarle.

- ¡Vamos entonces! - le grita a Peter, aceptando el reto.

Se escuchan muchos comentarios. “Ya se jodió el pituco”, dice uno... “Lo van a reventar...”, dice otro. “Bien hecho, por creído...”. “¿Verdad que le quitó la jerma al Peter?...”. “Dicen que su amigo y él son cabros...”. “¿Quién quiere hacer apuestas?...”. “¡Yo le voy al pituco!”, se escucha por ahí. Burla general.

Al fin llegan al lugar. Una calle casi desierta. Todos forman un círculo inmenso preparados para ver acción. Mauricio, se saca la cadenita de oro con la cruz que le regaló su mamá, el reloj, el anillo... No, mejor el anillo no. Se lo acomoda, la parte más gruesa hacia delante. Se abre la camisa, empiezan.

- ¡Acércate maricón, te voy a sacar la concha de tu madre! – inicia el duelo verbal el más canchero.

- ¡Ven tú, para sacarte la reconcha de tu madre, serrano maricón! – con un grito ahogado que trata de disimular el terror del momento, Mauricio contesta.

Golpea primero Mauricio, le da en el rostro, le duele la mano. Era la primera vez que peleabaen su vida. Le tiemblan las piernas, se siente más pesado, presiente que va a perder. Su orgullo pudo más. El serrano lo coge del cuello de la camisa, Mauricio no siente los golpes. Siente que no le están haciendo nada, el serrano ni lo toca. Mauricio es diestro, pero le está pegando con la izquierda, no entiende por qué. Se siente muy bien, descarga toda su furia en el rostro de Peter, ve reflejado en su rostro todas las cosas que le molestan de ese colegio, de esa gente, de su realidad, se ensaña con él. Mauricio, mientras lo golpea no se da cuenta que a cada golpe, va retrocediendo, sus piernas le fallan, tropieza con él mismo y cae. De pronto una voz ordena: “¡Vamos a sacarle la mierda a ese hijo de puta...!”. Siente piernas en todo el cuerpo, instintivamente se encoge, acepta lo que venga. De pronto, aparece en su mente, la imagen de su abuelita esperándolo contenta en la cocina, lista para servirle el almuerzo. “¿La volveré a ver?”.

De entre todas las piernas, alguien lo jala, vuelve a respirar. “¡Te van a matar huevón, vámonos!”, un preocupado Richie Ray. “¡Por qué te vas maricón, regresa!” – se escucha entre la multitud. “Suéltame” – un atontado Mauricio con la nariz y boca sangrando – “no me voy”. Arremete contra Peter, lo coge dispuesto a meterle un cabezazo cuando de repente algo helado le atraviesa el pecho, siente frío... no siente nada. Se toca el pecho, un líquido tibio mancha sus manos. Mira a su alrededor y todo se empieza a nublar, el rostro de Peter pierde forma, siente cómo cada uno de sus sentidos se empiezan a desvanecer y todo se convierte en sonidos lejanos. En ese instante, ve una luz enceguecedora, siente un aire áspero que le irrita la garganta, y escucha una dulce voz...: “Mauricio, hijo. Despierta. Es hora de ir a estudiar”. Trata de encontrar la voz, la busca, no la encuentra. Las piernas le vencen y cae. Cae pensando que su abuelita ya debe estar en la puerta preocupada porque no llega, cae pensando que sus sueños de gran médico se van alejando, cae pensando que aún no era el momento y que la realidad que no quiso ver y que consideró ajena; hoy, pintada de sangre, le da la bienvenida y le dice adiós.